Una vez más el país se halla convulsionado y, al paso que van las cosas, puede que vengan días más difíciles aún, trayendo dolor a la ciudadanía boliviana. ¿Por qué pasa esto? Tal vez, porque hasta ahora no aprendemos a resolver nuestras diferencias hablando, algo que exige saber escuchar y entender buenas razones, para actuar en la búsqueda de la paz, la justicia y la libertad; trascender en lo material y espiritual; en suma, para lograr una mejor calidad de vida. Sin embargo, lo que resulta natural en una sociedad civilizada, en Bolivia no…
La comunicación falla y no solo a nivel de los ciudadanos sino, también, de los gobernantes. Pese a que tantas veces se ha oído que se va a gobernar escuchando al pueblo, el resultado está en las calles con los bolivianos enfrentados otra vez y -amenazas de por medio- ¡al diablo aquello de que somos de la cultura de la paz! ¿Este es el país que queremos para nuestros hijos y nietos?
Imagine por un momento a Bolivia como una familia compuesta por nueve hermanos, cada uno con sus propias características, vocaciones, necesidades y aspiraciones. Le pregunto: si ésta fuera su familia…¿cómo quisiera que fuera? ¿Que los hermanos estén divididos? ¿Que se porten abusivos? ¿Que exista odio entre ellos? ¿Que se ofendan y agredan? ¿Que haya quienes no hagan ni dejen hacer? ¿Que se envidie el éxito de aquellos que se educan, trabajan y sacrifican para salir adelante, y que otros lo quieran impedir a toda costa?
¿No soñaría Ud. -como padre o madre- con una familia donde los hermanos se lleven bien y sean unidos; que se tengan respeto y amor fraternal; que en vez de insultos y agresiones se den palabras de aliento y ayuden entre sí? ¿Una familia en la que se deje surgir al que más se prepare, siendo que eso beneficiará a todos?
Habría que estar mal de la cabeza o tener un corazón muy duro, para no querer esto último, pero sí lo opuesto ¿no? Por los hechos…¡parecería que es así!
Cuando deberíamos ser una gran familia que viva en paz, respetándonos los unos a los otros en nuestra diversidad -mestizos y originarios; collas y cambas; citadinos e indígenas; ricos y pobres; educados e iletrados; gobernantes y gobernados- es una lástima que, pudiendo evitarlo, sigamos dando tumbos...
¡Como si no bastaran los cotidianos casos de horrendos crímenes, feminicidios, violaciones, vejámenes de toda índole e injustas detenciones; como si no fueran suficientes las muertes y la pobreza derivadas de la pandemia del COVID-19; como si nos hiciera falta vivir bajo una mayor tensión…a todo ello se suma el enfrentamiento fratricida ante la ausencia de acuerdos -de un mejor entendimiento sobre lo que unos y otros quieren- primando la fuerza para imponer visiones y caprichos que tanto daño hacen a nuestro país, a la familia boliviana!
¿Acaso no está a la vista la terrible, dolorosa y lamentable situación de países que -como Venezuela- viven la desgarradora paradoja de ser riquísimos en recursos naturales, pero se encuentran hundidos no solo en una inhumana carestía de lo más básico -como la alimentación- sino también, en una durísima separación familiar por el éxodo de millones de personas forzadas a abandonar su país buscando resolver en otras naciones la tragedia de la miseria en la que se han visto sumidas? ¡Dios nos libre de semejante mal!
Cuando Bolivia podría estar deslumbrando al planeta entero -activando el inconmensurable potencial con el que Dios ha bendecido a nuestro país, dándonos incontables opciones productivas, comerciales y de servicios- seguimos repitiendo los errores del pasado, hipotecando nuestras posibilidades de desarrollo, beneficiando con ello a otros países que, con menos recursos que los nuestros, copan los espacios que ingenuamente vamos cediendo en lo que hace a oportunidades de inversión y mercados externos.
¡Quiera Dios que llegue el día en que los bolivianos podamos hablar serenamente, como hermanos, para acordar cómo forjar un futuro exitoso para todos y superar así un pasado de frustraciones y fracasos!
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